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    Resiliencia: un nuevo

    paradigma che desafia

    la reflexión

    y la práctica pastoral *

    Susana M. Rocca L.[1]



    Introducción

    Los esfuerzos de las personas para vencer las adversidades y situaciones traumáticas acompañan la historia del ser humano. Durante un largo tiempo y, especialmente en el campo de la psicología, fue necesario descubrir y analizar las repercusiones negativas, por ejemplo, de la ausencia de figuras significativas que deberían proporcionar los cuidados necesarios para el desarrollo físico, emocional y mental del niño, bien como las heridas provocadas por factores como el abuso y los maltratos, entre otros.
    El estudio de los factores traumáticos llamados hoy “factores de riesgo”, adquirió relevancia y significado considerando el abordaje tanto de los efectos negativos, como de las posibilidades terapéuticas. Los estudios de Freud y de autores posteriores lograron destacar la relevancia del tema, significando un gran avance científico. Mirando solamente desde este punto de vista, podría inferirse que los episodios traumáticos personales y sociales ocasionan, casi necesariamente, consecuencias negativas en la psicología y en el desarrollo normal, personal y colectivo.
    En las últimas décadas, sin embargo, algunos investigadores comenzaron a observar individuos y grupos que, siendo expuestos a situaciones traumáticas, personales, familiares y/o sociales, lograban desarrollarse bien y continuar creciendo, a pesar de esos acontecimientos adversos. ¿Se trataba de seres “invulnerables”? ¿Cómo explicar que esas personas contradicen el paradigma de la lógica del trauma? ¿Qué factores, internos y externos ayudaron para que esos niños, adolescentes, o adultos lograsen superar esas fuertes adversidades y continuasen proyectándose sanamente hacia el futuro?
    El presente artículo pretende presentar la influencia de la fe cristiana delante de este nuevo paradigma que estudia la capacidad de las personas y de los grupos de superar las situaciones adversas y traumáticas y que hoy, es conocido como “resiliencia”. Este paradigma, sin desconocer la relevancia de los estudios anteriores, propone un cambio de óptica, centrando la observación en las capacidades de los individuos y grupos, de resistir y rehacerse después de experiencias de gran sufrimiento. En lugar de focalizar la observación en las debilidades, síntomas, enfermedades, carencias, se intenta descubrir cuáles son los “factores de protección” y los “pilares de resiliencia” que propician la promoción de fuerzas del ambiente circundante y de capacidades personales para reaccionar y superar las adversidades de la vida. ¿Cuál es el papel de la creencia en un ser superior? ¿La religión podría contribuir en ese proceso de recuperación de situaciones difíciles?
    Considerando el contexto latinoamericano de pobreza extrema, de exclusión social, violencia e injusticia, interesa pensar de que manera las religiones pueden promover la resiliencia y dar una respuesta mejor a estos desafíos y cuáles son las implicancias prácticas de esta nueva manera de concebir. Como afirma José Tavares, es desafío de las instituciones y organizaciones de formación, delante de las duras situaciones por las que pasan los jóvenes, los grupos sometidos a altos riesgos, alto nivel de desestructuración y estrés, promover actividades y experiencias que ayuden a enfrentar las duras situaciones del día a día (Tavares. In. Tavares, 2001, p. 43).
    La reflexión de esta temática será hecha dentro de un marco interdisciplinar, considerando las contribuciones de sociólogos, pedagogos, psicoanalistas, médicos, neuro-psiquiatras, etólogos, y teólogos que realizaron estudios en diferentes contextos: norteamericano, europeo y latinoamericano. Concientes de que, como dice el psicoanalista Claude De Tychey, “todos los trabajos serios sobre la resiliencia insisten en la dificultad de definirla con precisión, de delimitar el concepto y descifrar sus procesos” (Tychey, 2003, p. 198), el artículo presentará algunas aproximaciones al concepto, intentando ayudar a pensar aplicaciones de la resiliencia en el campo individual y social, así como desafíos e implicaciones de este paradigma en el campo de la Teología Práctica.

    1. Origen, definiciones y contextos

    Hace tres décadas comenzaron los primeros estudios que dieron origen a lo que actualmente se conoce como resiliencia. El concepto nació y empezó a desarrollarse con Michael Rutter, en Inglaterra y Emmy Werner, en Estados Unidos, esparciéndose después por Francia, Países Bajos, Alemania y España. La visión norteamericana tuvo una orientación principalmente comportamental, pragmática, y centrada en el individuo. La visión europea presentó una visión preferentemente psicoanalítica y asumió una perspectiva ética. Más tarde, el concepto entró en América Latina asumiendo una dimensión comunitaria, desafiada por los problemas del contexto social (Suárez Ojeda, 2004, p. 18-19).
    Las psicólogas norteamericanas Emmy Werner y Ruth Smith (1992, 1993), durante 32 años, realizaron estudios en la isla de Kauai (Hawai), acompañando 550 personas, que habían padecido pobreza extrema. Una tercera parte de ellas sufrió también la disolución del vínculo parental, alcoholismo, abuso, estrés etc. Sin embargo, 72 de los 201 niños observados desde los dos años de edad lograron superar las situaciones traumáticas vividas y desarrollarse sanamente. Considerando las que lograron ser resilientes más tarde, en la etapa adulta, hubo casi 80% de evoluciones positivas en el total.
    La palabra resiliencia es tomada de la física de los materiales. Es una fuerza de resistencia al choque y de recuperación. Significa la capacidad elástica de un material para recobrar su forma original después de haber sido sometido a una presión deformadora.
    En psicología, resiliar [résilier] es recuperarse, ir hacia adelante después de una enfermedad, un trauma o un estrés. Es vencer las pruebas y las crisis de la vida, esto es, resistir a ellas primero y superarlas después, para seguir viviendo lo mejor posible. [...] Implica que el individuo traumatizado se sobreponga [rebondit (se desarrolle después de una pausa)] y se (re)constituya (Theis, 2003: 50).
    Es la capacidad para desarrollarse bien, para continuar proyectándose en el porvenir a pesar de los acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves. Es la capacidad humana universal de manejar, superar, aprender e incluso transformarse (positivamente) a partir de la adversidad inevitable de la vida. Esta capacidad de protección permite a “una persona, un grupo o una comunidad, impedir, disminuir o superar los efectos nocivos de la adversidad” (Theis, 2003, p. 50). Implica intentar transformar intemperies, momentos traumáticos y situaciones difíciles e inevitables en nuevas perspectivas (Assis, 2006, p. 57). Para el médico y psicoanalista Aldo Melillo, es “la capacidad de los seres humanos de superar los efectos de una adversidad a la cual están sometidos e, incluso, de salir fortalecidos de la situación” (Melillo, 2004, p. 63).
    Los estudios sobre resiliencia sugieren un cambio de paradigma al proponer una óptica de observación centrada en las capacidades de los individuos y grupos para la superación de las experiencias traumáticas, una perspectiva de esperanza. En lugar de priorizar el enfoque de los aspectos negativos, esto es, de las debilidades, síntomas, enfermedades, carencias y medios de compensarlos, intenta descubrir y promover las fuerzas y capacidades para reaccionar y superar las adversidades de la vida. Como afirman Nan Henderson y Mike Milstein, el fundamento del paradigma de la resiliencia cuestiona duramente la idea de que los factores de riesgo y las realidades traumáticas “inevitablemente condenan las personas a contraer psicopatologías o a perpetuar ciclos de pobreza, abuso, fracaso escolar o violencia” (Henderson, 2003, p. 20).
    Aún cuando la formulación del concepto de resiliencia sea relativamente nuevo, la búsqueda de superar las adversidades y la obtención significativa de buenos resultados, son tentativas del ser humano e inquietudes de las religiones de todos los tiempos. El primero que usó en sentido figurado el término resiliencia, fue el conocido psicólogo John Bowlby (1992) y la definió así: “recurso moral, cualidad de una persona que no se desalienta, que no se deja abatir” (apud Manciaux, 2003, p. 20).
    En el inicio de los estudios, algunos autores comenzaron utilizando el término invulnerabilidad, pues se observaba que algunos niños parecían recuperarse de las adversidades, volviendo a un estado anterior como si no hubiesen sido tocadas. Sin embargo, luego se consideró el término incorrecto, pues el ser humano es por condición natural vulnerable y, bajo el punto de vista psicológico, nunca queda igual después de una experiencia dura de vida. Una expresión significativa y más exacta sería la que Grunspun propone al hablar de resiliencia como la capacidad humana de “ser inmune psicológicamente” delante de la violencia de otros o delante del estrés provocado por catástrofes naturales (Grunspun, 2005, p. 1).
    La resiliencia, concepto ya bastante estudiado bajo el punto de vista de las capacidades de la persona, se amplió. En el contexto latinoamericano, especialmente en el Centro Internacional de Estudios de Resiliencia-CIER (Universidad de Lanas, Buenos Aires), se estudia resiliencia en proyectos sociales y la resiliencia comunitaria, esto es, la capacidad de un pueblo, de los integrantes de una ciudad o nación de superar colectivamente situaciones adversas.
    El paradigma de la resiliencia no es una técnica ni una solución mágica. Es un saber interdisciplinar en el cual convergen diferentes áreas y sectores: ciencias humanas, ciencias de la salud y administración entre otras. Hay, sin embargo, pocos autores que se detienen a describir cómo la fe, la espiritualidad, o la pertenencia a un grupo, comunidad o institución religiosa, influyen a la hora de superar las dificultades y sufrimientos personales y sociales. Es verdad que hay varios trabajos en las áreas de pedagogía, psicología, salud, etc. con menciones al asunto, pero hay poca literatura relacionada específicamente al campo religioso.

    2. Características de la Resiliencia

    La resiliencia es una capacidad que todo ser humano tiene en mayor o menor medida. Es un recurso que es en parte innato, pero también se adquiere a lo largo del tiempo, pues la resiliencia, como dice Cyrunlik (1999), “se teje” durante todo el ciclo vital. Puede ir creciendo, ayudada por las situaciones y condiciones externas, esto es, por un entorno que la favorezca. Las actitudes resilientes pueden ser promovidas, con el apoyo de personas o instituciones (familia, iglesia, escuela, centro de salud, organizaciones o asociaciones sociales o políticas etc.), que se preocupan en motivar el desarrollo de las capacidades de superación de las dificultades. Se puede pensar en la acción preventiva y en la promoción, o sea, cómo fomentarla en el ambiente familiar, social, de trabajo y de misión mediante la educación, a través de las intervenciones sociales, de las políticas públicas, así como de los proyectos comunitarios civiles o eclesiales.
    La resiliencia no es una realidad alcanzada para siempre, no es absoluta sino dinámica. Por eso, no se debe decir que una persona es resiliente o no es resiliente, ya que cada uno tiene momentos y circunstancias de la vida en los que logra manejar mejor las dificultades. Depende de varios factores, entre otros el ciclo vital, el apoyo externo, la cultura. Al observar la resiliencia de alguien, se percibe que ciertos procesos de recuperación y superación pueden ser más rápidos que otros, dependiendo de las situaciones y de las personas. Incluso, algunos traumas que parecen menos graves pueden movilizar otros conflictos anteriores aún no resueltos, ocasionando el llamado efecto “gatillo”. Por eso, las capacidades de superación dependen de como la persona vivió y elaboró otras experiencias traumáticas.
    Las fortalezas o vulnerabilidades también varían conforme el tipo de problema que se presenta, pues la percepción de lo que puede ser considerado grave o doloroso es subjetiva. De allí la importancia de oír el relato de como cada adversidad es sentida, interpretada y contada por el propio individuo, pues “sólo la persona misma puede narrar y evaluar lo que le pasó” (Assis, 2006, p. 2). Además del lenguaje verbal, “la narrativa pasa también por otras fuentes, [...] como los gestos y los sentidos manifiestos y ocultos presentes en la interacción humana” (Assis, 2006, p. 2).
    Se podría considerar que la superación de algún trauma o adversidad hace crecer la propia resiliencia, pero mismo que, para algunas personas, determinadas adversidades llegan a contribuir en la maduración como ser humano, en el hallazgo de un sentido más profundo dado a las cosas y a la vida, así como la percepción de los valores y la visión del mundo, sin embargo, debe afirmarse que las adversidades “separadamente son insuficientes para promoverla” (Assis, 2006, p. 57).
    Las capacidades resilientes de los seres humanos y de los grupos, por más promovidas y desarrolladas que estén, no son ilimitadas. Todo ser humano tiene un límite personal para manejar la adversidad. Conforme las afirmaciones del psicoanalista Claude de Tychey, citando Bourguignon, “delante de éxitos masivamente destructores ‘no hay inmunidad al estrés, sino sólo diferentes modelos de respuesta mejor o peor adaptados’ [...] pero, mismo logrando reaccionar ‘esa supervivencia tiene un precio’” (Lecomte, 2003, p. 191).
    Para potenciar la resiliencia de un grupo o de una persona, es preciso descubrir los llamados pilares de resiliencia, es decir, los recursos propios de la persona, y los factores de protección del medio circundante, o sea, las capacidades que hay en la familia, en el ambiente o en la institución educativa, social, política o religiosa. Ese proceso de fortalecimiento y capacitación es conocido hoy con el nombre de empoderamiento (empowerment) y se preocupa en “identificar los recursos, revelarlos a quien los posee – que frecuentemente no sabe que los posee – y ayudarlo a aplicarlos” (Henderson, 2003, p. 20).
    La resiliencia es considerada como el resultado final de “procesos de protección” que no eliminan los riesgos experimentados, pero alientan al individuo a manejar efectivamente la situación sufrida y a salir fortalecido de ella. Los procesos de protección tienen cuatro funciones principales: reducir el impacto de los riesgos experimentados, alterando la exposición de la persona a la situación adversa; reducir las reacciones negativas en cadena que siguen la exposición del individuo a la situación de riesgo; establecer y mantener la autoestima y a auto-eficacia por el establecimiento de relaciones de apego seguras y el cumplimiento de tareas con éxito; crear oportunidad para revertir los efectos de estrés (Rutter, 1987. Apud. Assis, 2006, p. 63).

    3. Ámbitos para la promoción de la resiliencia

    En 1995, el sociólogo y demógrafo Stefan Vanistendael, del BICE, basándose en pesquisas y experiencias prácticas, enunció los cinco ámbitos principales para la promoción de la resiliencia en niños y que están inter-relacionados entre sí. Son los siguientes: redes de apoyo social, en especial la aceptación incondicional del niño; el sentido de la vida, vinculado a la vida espiritual y a la fe religiosa; las aptitudes y el sentimiento de control de la propia vida; la autoestima; y el sentido de humor. El autor también aclara que esos ítems pueden ser ampliados (Vanistendael, 1995, p. 6).
    En 1996, para que fuese mejor comprendido el tema, Vanistendeal creó una metáfora que llamó “La casita” y así, sin traducir el término, fue transmitido para los diferentes idiomas. Con ese fuerte símbolo quiso sintetizar de una manera simple y gráfica la comprensión de los resultados de estudios, observaciones y experiencias por medio de un modelo confrontado en quince países, diferentes culturas y cuatro continentes.
    El dibujo de cada casita es dinámico y varía conforme las culturas y las realidades personales y colectivas. Puede aplicarse para el análisis de un determinado grupo, auxiliando a discernir en que dominio o pieza de la casa sería importante incentivar los esfuerzos, lo que permitiría ver tanto los elementos que pueden ser construidos cuanto visualizar los elementos de la casita que fueron fragilizados o destruidos.
    Describiremos brevemente algunos de estos elementos que pueden ser considerados factores de protección, pues ayudan en la superación de las dificultades, es decir, favorecen la resiliencia.

    3.1 Figuras significativas y promotoras de resiliencia
    El aspecto más especial y original del enfoque de la resiliencia, como afirma Aldo Melillo “es el énfasis en la necesidad del otro como punto de apoyo para la superación de la adversidad” (Melillo, 2004, p. 64). Tanto en la observación cuanto en las declaraciones de niños, jóvenes y adultos resilientes hay un dato común y significativo: todos y todas reconocen el apoyo irrestricto de por lo menos una persona significativa. Puede ser tanto un joven como un adulto, miembro de la familia, cuanto un amigo, educador, religioso, o agente de salud. Un rasgo común de estas figuras significativas en la vida de la persona que sufre, es el hecho de que ellas transmitan su aceptación incondicional a la persona que pasa por una situación difícil, aunque la aceptación de la persona no significa aceptar todo y cualquier comportamiento.
    Este dato coincide con las observaciones en el campo de la psicología del desarrollo, pues en los primeros tiempos de vida se constata la importancia de la figura que ocupa el papel principalmente materno (madre biológica o no) para garantizar el crecimiento sano, la formación de la identidad y el aprendizaje de la elaboración de las frustraciones. El ser humano es influenciado por las expectativas y por la mirada de los otros, no sólo de la madre, sino también de otros familiares, de los amigos, de los vecinos, de los educadores y de la sociedad. John Bowlby destaca que el apoyo, la confianza, el amor son indispensables a lo largo de la vida, y que ese entorno afectivo es un aspecto determinante para protegerse de las adversidades, no sólo en la infancia. Afirma ese autor: “se acumulan evidencias de que seres humanos de todas las edades son más felices y más capaces de desarrollar sus talentos cuando están seguros de que, por detrás de ellos, existen una o más personas que vendrán en su ayuda en caso que surjan dificultades” (Bowlby, 2001, p. 139).
    El psicólogo inglés Donald Winnicott, hablando del papel de la figura materna, afirma que no debe ser “perfecta”, y sí “suficientemente buena”. Assis destaca que el entorno afectivo y material para proteger un niño debía ser “estable, amoroso, confiable, flexible, abierto, firme lo suficiente para facilitar la introyección de límites y normas culturales, respetuoso”, sin embargo “ese entorno nunca es perfecto ni invulnerable” (Assis, 2006, p. 61). Eso sólo sucede cuando hay por lo menos una o más personas significativas que mantienen con el niño, adolescente o adulto que sufre, un vínculo positivo y fuerte; alguien que crea en su potencial, que sepa oírla y tener con él o ella, un vínculo suficientemente empático para ayudarla a desarrollar sus capacidades de superación.
    Las personas que dan ese apoyo incondicional son llamados por Cyrunlik y otros autores, “tutores de resiliencia” o “tutores de desarrollo”, pues permiten que el proceso continúe sin que queden traumas que entorpezcan el crecimiento o la vida adulta. No se entiende por tutor una figura paternalista, sino alguien que, aceptando incondicionalmente la persona que está en una situación dolorosa, promueva en ella la confianza, la seguridad y la esperanza de que es posible superar la dificultad, de que vale la pena luchar, de que es posible encontrar otra forma de manejar el problema y hasta de encontrar un sentido, un motivo para mejorar. Usando un término winnicottiano, ese apoyo irrestricto opera como “continente” (holding), que motiva el crecimiento exactamente en medio a la situación conflictiva, pues se trata de una figura que promueve la libertad y la responsabilidad de la persona que está en estado más vulnerable, para que ella misma pueda superar la situación difícil.
    Otras veces, no es sólo una persona sino una “red de protección” [filet de protection], una "envoltura" (Michaud, 2003, p. 82) compuesta por varias personas que garantizan una continuidad en el apoyo social, cuidando para que la red no sea demasiado apretada con el riesgo de tornar rígido y limitar, ni tan floja que no logre dar soporte, contención. En varios ámbitos, sobretodo religiosos, se constatan varios testimonios de personas que pasaron por situaciones difíciles y que, sintiéndose acogidas con cariño y comprensión, escuchadas, valoradas, aceptadas sin condiciones, encuentran conforto, capacidad y esperanza para asumir con sentido y esperanza las dificultades y los sufrimientos. Varias de ellas relatan que la experiencia de sentirse reconocidas, amadas y cuidadas por Dios, por las personas, por el grupo o comunidad religiosa, fue fuente de fortalecimiento humano y espiritual, de superación de la adversidad, y un auxilio que potenció el proceso de cura interior. También en los relatos bíblicos pueden descubrirse ejemplos de resiliencia. La parábola del hijo pródigo, tan bien representada en la pintura de Rembrandt, expresa el significado profundo de esta aceptación incondicional (Vanistendael, 1994, p. 4-5).
    Analizándose casos de personas que lograron superar las situaciones adversas y otras que no, se observa la importancia de la acogida en la escucha. Aquellos que sufrieron violencia y que al contarlo tuvieron la sensación de no ser escuchados, revivieron la sensación del trauma. Por el contrario, aquellos que sintieron receptividad en la escucha, cuando narraron lo que padecieron “empezaron a percibir un sentimiento de autoestima, pertenencia y contención” (Melillo, 2004, p. 74). La falta de apoyo puede darse “tanto porque no logren pedirlo, como porque realmente no cuenten con una red de protección” (Assis, 2006, p. 59).

    3.2 Aptitudes personales
    Casi siempre la resiliencia está asociada a una buena autoestima. Algunas investigaciones parecen demostrar que la aceptación de sí es una de las pocas condiciones casi indispensables para el desarrollo de la resiliencia. “La convivencia con el sentimiento de desvalorización personal parece ser uno de los pocos eventos adversos que por sí mismo tiene capacidad de afectar el potencial de superación de problemas” (Assis, 2006, p. 49). Para el filósofo y teólogo protestante Eric Fuchs, considerando la importancia de la aceptación y del reconocimiento de los otros, la resiliencia es un signo de la “importancia estructuradora de la confianza”, pues “la autoestima se basa en la estima que el prójimo le demuestra” (Fuchs, 2003, p. 286). Cabe preguntar cómo en el ámbito de cada religión es cultivada la confianza y autoestima.
    Las personas que son más sociables y que logran establecer diferentes relaciones formales e informales de apoyo con personas, inclusive de diferentes ambientes y edades, están en mejores condiciones para encontrar ayuda, siempre que puedan eventualmente establecer un vínculo de suficiente confianza. Son personas que, con cierta naturalidad, despiertan simpatía en los otros y que más fácilmente consiguen apoyo social.
    Además del temperamento y de la personalidad de cada uno, la resiliencia puede promoverse motivando a las personas que sufren a no aislarse a fin de compartir con otros las preocupaciones, así como alentarlas a pedir ayuda (Michaud, 2003, p. 82). Un instrumento significativo para eso son los grupos de apoyo de personas que padecen un mismo tipo de sufrimiento, sea por situaciones personales directas, sea por vínculos más próximos, por ejemplo, inmigrantes, sobrevivientes de tragedias naturales o guerras, enfermos de un tipo semejante de enfermedades o dependencias, portadores de deficiencia, enlutados, familiares de alcohólicos, entre otros. Muchos de estos grupos son promovidos y funcionan en los locales de las iglesias y casas religiosas.
    En el proceso de desarrollo psicológico, las figuras parentales y posteriormente los educadores son los que posibilitan el aprendizaje de los límites, del control de los impulsos, de la aceptación de los errores, y la tolerancia de las frustraciones, es decir, la introyección de normas de conducta tanto para una convivencia social sana como para posibilitar un crecimiento personal y el desarrollo de las virtudes, como el control de sí. Por eso, un factor protector que debe ser promovido desde la edad infantil, es la asunción de responsabilidades y el establecimiento de expectativas suficientemente altas, claras y compatibles con el ciclo vital y las posibilidades de la persona. Las capacidades de iniciativa, protagonismo y creatividad para resolver las situaciones adversas se muestran como elementos favorables para la superación de las dificultades. Se trata de valores y actitudes promovidos en algunos grupos religiosos, sin embargo, no en todos.
    Por último y no por eso menos importante, un pilar de resiliencia es el sentido de humor delante de la adversidad. No debe ser confundido con un simple mecanismo de evasión, pues el sentido del humor tiene la capacidad de traer la realidad dolorosa e incorporarla a lo cotidiano, convirtiéndola “en algo más llevadero y más positivo” (Vanistendael, 1995, p. 26). Se trata de un realismo optimista que demuestra esperanza aún frente a una situación trágica en la cual es posible encontrar algo absurdo, incongruente y hasta cómico.
    Esa capacidad de aceptar y hasta de reír de lo que es imperfecto demuestra la facultad psíquica de tomar distancia del asunto, permitiendo manejar mejor la dificultad, pues mirando desde otro ángulo es posible ver diferente y con menos sentimiento la realidad que hace doler. Para eso es importante el clima afectivo y de confianza que hay en el entorno. Esa capacidad de creatividad en la lectura y en la verbalización de los hechos con buen humor, también se ve favorecida por las actividades artísticas y lúdicas, siendo el baile, la música, la poesía, el espíritu celebrativo, así como el juego de palabras, u otro tipo de juegos, instancias propicias para la promoción de la resiliencia.
    Esas observaciones se aplican tanto para las dificultades cotidianas como para situaciones más dramáticas. Por ejemplo, en el caso de los sobrevivientes de terremotos, se destaca que una de las características para detectar los niños y adolescentes con mayor capacidad de recomponerse después de la tragedia es el sentido del humor. Generalmente, aquellos que muestran esta actitud personal coincidentemente son más fuertes a las dificultades y también más capaces de ser líderes y promotores de resiliencia de otras personas.
    Como característica social, el humor de un grupo o de un pueblo ha ayudado también en situaciones de falta de libertad, por ejemplo, en realidades políticas opresivas, posibilitando la expresión verbal de las adversidades, contribuyendo para la exteriorización del sufrimiento, y para la búsqueda creativa de estrategias y de salidas mejores.
    En la literatura sobre resiliencia, no fueron encontrados estudios sobre el humor en las diferentes religiones. Sin embargo, Vanistendael, habla del humor en Jesús diciendo que ese don que pone los hombres en armonía con el universo y con Dios, que les impulsa para buscar más lejos, para regocijarse con el mundo y con Dios (Vanistendael, 1995, p. 26).
    Jacques Lecomte se interesó por el estudio de otro factor importante a ser analizado en la resiliencia: como administrar una función tan presente delante de la adversidad: la memoria. Tanto en la educación de niños y jóvenes como en el acompañamiento de personas que pasan por momentos difíciles o traumáticos, parece ser necesario tener un manejo especial tanto de la memoria cuanto del olvido. Se observa que quien es consciente y recuerda el sufrimiento vivido intentará evitar reproducirlo en otras situaciones. Por otro lado, no son pocos los casos de personas que descubrieron en ese dolor un incentivo para servir a otras personas que pasan por situaciones traumáticas. Cierto olvido se hace necesario para no correr el peligro de dar demasiada importancia a los recuerdos dolorosos, pues “podrían llevar a la desesperación y a la sed de venganza” (Lecomte, 2003, p. 212), así como una excesiva tristeza y falta de creatividad para continuar en en el camino. Es necesario olvidar un poco los recuerdos dolorosos, para que no invadan la vida psicológica ni interfieran en la vida del grupo.

    3.3 Espiritualidad y sentido
    La literatura sobre resiliencia aún es poco exhaustiva al hablar de religiosidad, fe o espiritualidad.
    No todos los autores abordan la temática. Sin embargo, algunos, en especial Vanistendael, desarrollan con marcado énfasis ese aspecto. Consideran que el sentido de la vida como pilar de resiliencia puede estar vinculado a una filosofía de vida y muchas veces a la vida espiritual y a la fe religiosa.
    Varios autores concuerdan en que la vivencia de la religión y la participación en la Iglesia son factores de protección, pues ayudan tanto a asumir con aceptación las adversidades inevitables, como a luchar con esperanza por una transformación (Assis, 2006, p. 106). Grunspum destaca que “[la] espiritualidad con soporte congregacional permite sobrellevar crisis y superar con recuperación”, ya que en la confianza en la presencia divina es posible hasta “crecer con la adversidad, sintiendo que no cuenta solamente con la fuerza de los hombres, sino con una fuerza superior” (Grunspun, 2005, p. 143). Para Walsh, “la religión y la espiritualidad pueden ser recursos terapéuticos poderosos para la recuperación, la cura y la resiliencia” (Walsh, 2005, p. 7).
    Grunspun afirma, que “creer, y perdonar en nombre de Dios es la construcción de un escudo protector importante para adquirir resiliencia en la vida” (Grunspun, 2005, p. 159). Observa que la familia resiliente comparte valores además de sus intereses inmediatos, que están fundamentados en una moral y en una ética y “que corresponden al bienestar grupal, tradición sociocultural, costumbres morales y leyes transmitidas por generaciones”. Destaca el efecto positivo del tiempo compartido en familia destinado a la oración y a las celebraciones religiosas como el shabat, la misa, el culto y la escuela dominical, entre otras actividades (Grunspun, 2005, p. 136).
    Vanistendael afirma que las “pesquisas científicas luego constataron correlaciones positivas entre la fe religiosa y la resiliencia” (Vanistendael, 2005, p. 11-12). Sin embargo, sugiere tener prudencia en la hora de afirmar esta corelación, especialmente cuando se trata de una fe que él llama sectaria, pues cuando la fe induce a la violencia contra sí o contra otros, ese tipo de espiritualidad o creencia religiosa no podrá considerarse promotora de resiliencia, ya que la resiliencia es necesariamente un “proceso de crecimiento de la vida” (Vanistendael, 2005, p. 12). Vale destacar que los trazos sectarios no deben identificarse con las religiones no oficiales.
    Delante de un acontecimiento traumático, normalmente existen etapas marcadas por dos interrogantes que apuntan al descubrimiento de un sentido con relación al sufrimiento. Vanistendael, citando Lecomte, afirma que la primera pregunta interroga en relación al pasado. Es una respuesta a la pregunta: “¿por qué me pasó eso?”. La segunda se refiere al futuro e intenta responder a la pregunta: “¿para que me pasó?” (Vanistendael, 2005, p. 12). La pregunta por el porqué remite a buscar el sentido en las causas, ayuda a aclarar el verdadero origen de la situación traumática y a no atribuir falsas culpabilidades. En algunas oportunidades, no llega a ser necesario encontrar un sentido especial, siendo suficiente narrar el acontecimiento doloroso. La segunda pregunta y su respuesta pueden ayudar a descubrir, justamente en la vivencia dolorosa, el inicio de un nuevo sentido dado por la fe en Dios, así como pueden desarrollar el deseo de un compromiso constructivo. Como dice Vanistendael: “Más de una perla se formó alrededor de una herida, como en la ostra” (Vanistendael, 2005, p. 12).
    La psicología demuestra que para el ser humano no es posible superar completamente las situaciones traumáticas al punto de borrarlas. Como afirma Cyrulnik, siempre permanece “un vestigio”, pero puede encontrarse otra forma de vivirlas, dándoles un sentido, “otra vida, más soportable y, a veces, bonita y sensata”. Uno de los autores que marca más claramente la importancia de la búsqueda del sentido de la vida, especialmente en las situaciones más extremas es Viktor Frankl que, habiendo sobrevivido después de cuatro campos de concentración, de la pérdida de los padres, de la esposa y del hijo por exterminio, escribió un libro famoso en el cual explicita un nuevo abordaje terapéutico: la logoterapia, es decir, la cura a través del sentido (Frankl, 1981).
    Tener o reconstituir un vínculo positivo con la vida es, para algunas personas, algo casi intuitivo, pero para otras puede ser fomentado por los vínculos familiares y con amigos, así como mediante el compromiso en el servicio a otras personas (Vanistendael, 2004, p. 93-95). No son pocos los relatos de personas que afirman que sólo una fuerte experiencia de amor, humano o divino, logró darles nuevamente una razón para luchar y continuar la vida, ofreciéndoles un sentido para vivir y superarse. Son declaraciones que se escuchan no sólo en casos de pérdidas graves o enfermedades, sino también en situaciones físicas aparentemente irreversibles como puede ser el uso de drogas pesadas.
    La pregunta por el porqué en la persona religiosa frecuentemente es dirigida también a Dios. Brota naturalmente del contacto con el sufrimiento inocente y lleva a la búsqueda de una respuesta. El ser humano sufre aún más cuando no encuentra una respuesta satisfactoria. Así comenta el Papa Juan Paulo II, en la Carta Apostólica Salvici Doloris (Juan Pablo II, 1984, n. 9), sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, escrita después del atentado que sufrió. En esa misma perspectiva, nos deparamos con lo que Frankl llama “valores de actitud”, refiriéndose a aquellos valores o sentidos que son necesarios encontrar para asumir y aceptar los sufrimientos que no son posibles de evitar.
    Desde el enfoque de la resiliencia se cuestiona la legitimidad de algunas acciones escogidas como supervivencia, afirmándose que debería haber una referencia dupla: al bienestar propio y al bienestar del otro. Por eso, la persona que resuelve sus problemas mediante corrupción, engaño o violencia, no podría ser considerada resiliente porque estaría perjudicando terceros. En este sentido, cabe analizar cuáles son los valores defendidos por las iglesias y hasta que punto algunas religiones, por ejemplo las fundamentalistas, consideran estos dos parámetros.
    Relacionada a la actitud ética, psicológica y a la memoria, se vincula la temática del perdón. No se trata de un justificativo al sufrimiento, daño o ofensa recibida, y sí para “desbloquear el desarrollo del crecimiento”, tanto en la persona que da el perdón cuanto en la que lo recibe (Vanistendael, 2003, p. 29). Se trata de un reconocimiento del mal hecho o recibido; es una actitud que brota de la decisión y no presupone tener sentimientos positivos con relación al agresor. Como dice Vanistendael, la persona afectada comprende también que uno no podemos bloquear la vida bajo ese mal, si no “el mal será una vez más vencedor”. Para poder tejer un futuro sano es necesario considerar el pasado, pero sabiendo que “la cura de los sentimientos puede evolucionar en paralelo al proceso del perdón, a veces acompañándolo, a veces, precediéndolo, a veces sucediéndolo”. (Vanistendael, 2005, p. 13).

    Conclusión

    Finalmente, la resiliencia desafía e impulsa la Teología para asumir conscientemente la necesidad de situarse en una perspectiva de esperanza y cuestiona las visiones deterministas y pesimistas de algunos grupos cristianos. En un marco social de “dolor exacerbado” por la creciente exclusión social, “la promoción de la resiliencia se torna una necesidad y un deber”. Concientes del sufrimiento de tantas personas, el paradigma de la resiliencia desafía la observación, el estudio y la creatividad de los cristianos y cristianas, de los teólogos y teólogas, de los agentes de pastoral y de los investigadores para descubrir como promoverla en los más diverso contextos y, sobretodo, en el campo de la reflexión y de la Práctica Pastoral.
    El camino está ya trazado, pues la resiliencia es la experiencia natural de tantas personas que lograron, a lo largo de la historia, crecer, superarse, rehacerse, aún cuando parecía que no había más salida. Como dice Vanistendael, “quizás la resiliencia sea la prefiguración más natural de la dinámica de la cruz y de la resurrección” (Vanistendael, 1995, p. 26).
    Del punto de vista de la Teología Práctica, el enfoque de la Resiliencia viene al encuentro del desafío de buscar mejores perspectivas de comprensión y de acción para auxiliar a las personas que padecen sufrimientos. El estudio de la resiliencia contribuye en la superación de las adversidades individuales y comunitarias y puede ser aplicada en el campo personal, social, laboral y religioso. Supone investigar las fuerzas de recuperación de cada persona y grupo y ver como mejor desarrollarlas.
    La resiliencia invita a mirar positivamente a quienes pasaron por situaciones de riesgo y adversidades serias para modificar las prácticas educativas, el enfoque del trabajo social o del área de la salud, del trabajo pastoral o de orientación comenzando por observar, identificar y desarrollar más los recursos de aquellos que sufren. El papel de los estudiosos de las religiones y de los profesionales que acompañan personas que ya pasaron por situaciones duras, necesita enriquecerse con un número creciente de estudios interdisciplinares sobre resiliencia así como sacar lecciones de la experiencia de las personas resilientes de las diferentes edades, contextos, culturas y religiones, para ver lo que les permitió superar la adversidad.
    En el análisis de los llamados a factores de protección que aportan para potenciar la resiliencia, se consideran tanto los recursos propios de la persona como los recursos que hay en la familia, en el ambiente o institución educativa, social, política o religiosa. Se constata, en primer lugar, el papel de una o más figuras significativas que garantizan una acogida y aceptación incondicional y un entorno favorable. Se destaca también la influencia positiva de las cualidades personales, como autoestima, sociabilidad, responsabilidad y sentido de humor y la importancia fundamental del sentido de la vida vinculado a la dimensión espiritual y a las creencias religiosas. La fe vivida con confianza en un Dios presente y fuerza que ayuda a superar el sufrimiento, parece ser una llave en el desarrollo de las capacidades de resiliencia. De ahí las implicaciones para el contexto religioso, lugar privilegiado para acompañar ese proceso, desafiando a los estudiosos y a la comunidad de fe a redimensionar con esta óptica tantos recursos personales y comunitarios que pueden ser ofrecidos por medio de las celebraciones, de los variados servicios, prácticas y actividades religiosas.
    Se concluye con la observación de algunos autores y promotores de resiliencia, afirmando que al investigar y al trabajar en la promoción de la resiliencia también los estudiosos, los profesionales y colaboradores se vuelven más resilientes.

    (Traducción del artículo: Resiliencia: um novo paradigma que desafia a reflexão e a prática pastoral. Publicado por la Pontifícia Universidade Católica de Rio de Janeiro – PUC Rio, en la Revista: Actualidade Teológica. Ano XXII-2008- fasc. 29. p. 248-266).

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    NOTA

    [1] Susana María Rocca Larrosa, consagrada en las Misioneras de Cristo Resucitado, es graduada en Psicología en la Universidad Católica Del Uruguay, Especialista en Aconsejamiento y Psicología Pastoral; y Doctoranda en Teología Práctica en las Facultades EST- São Leopoldo/RS, Brasil. Coordina los Servicios de Atención Espiritual presencial y on line del Instituto Humanitas Unisinos - São Leopoldo/RS (www.unisinosbr/ihu). E-mail: Questo indirizzo email è protetto dagli spambots. È necessario abilitare JavaScript per vederlo.


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